La clave está en entender que mitigación y adaptación no son vías separadas, sino acciones complementarias que, cuando se integran con políticas y prácticas que respetan la interdependencia entre sistemas naturales y humanos, multiplican los beneficios sociales, económicos y sanitarios.
· Los sistemas naturales (bosques, ríos, suelos) proporcionan servicios ecosistémicos agua limpia, polinización, regulación del clima que sostienen la salud, la seguridad alimentaria y la economía local.
· Los sistemas humanos (salud pública, agricultura, mercados, gobernanza) dependen de esos servicios. Romper esa interconexión por deforestación, minería o infraestructura mal planificada debilita la resiliencia.
Recordemos que todo está conectado: el bosque que respiramos, el río que llevamos en la memoria, la salud de nuestros niños y la economía local. Integrar mitigación y adaptación reconociendo esa interconexión no es solo una buena práctica técnica: es una forma de justicia climática. Cuando las políticas y proyectos ponen a la naturaleza y a las comunidades en diálogo, se construye un desarrollo que protege vidas, sostiene medios de vida y abre rutas reales de crecimiento sostenible y digno.
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