Tras revisar el material de la unidad y analizar el gráfico presentado, puedo observar cómo las acciones de mitigación (como la reforestación, la producción de energía baja en emisiones y la movilidad sostenible) y las de adaptación (como la restauración de ecosistemas, la gestión integrada del agua y la protección costera) no solo están interconectadas, sino que son complementarias y necesarias para construir resiliencia climática.
Desde mi perspectiva como psicóloga clínica que trabaja con personas adultas mayores, esta interconexión adquiere una relevancia profunda. Los adultos mayores son uno de los grupos poblacionales más vulnerables ante los impactos climáticos, no solo por posibles limitaciones físicas o de movilidad, sino también por factores psicológicos y sociales como el aislamiento, la dependencia económica y la mayor susceptibilidad a estrés térmico, enfermedades respiratorias y trastornos emocionales derivados de desastres.
El gráfico muestra claramente cómo la degradación ambiental (deforestación, erosión costera, acidificación oceánica) afecta directamente la salud física y mental, la seguridad alimentaria, el acceso al agua y la estabilidad económica. Por ejemplo, la pérdida de biodiversidad y la desertificación reducen la disponibilidad de alimentos nutritivos, lo que impacta especialmente a adultos mayores con necesidades dietéticas específicas. Del mismo modo, fenómenos como olas de calor o inundaciones pueden agravar condiciones crónicas de salud y generar ansiedad, depresión o trauma.
La integración de mitigación y adaptación permite no solo reducir riesgos, sino también crear entornos protectores y saludables. Por ejemplo:
Reforestación y conservación de suelos → mejora la calidad del aire y reduce estrés térmico en ciudades.
Agricultura sostenible y diversificada → asegura acceso a alimentos frescos y fortalece economías locales.
Infraestructura verde urbana → promueve espacios de recreación y socialización, vitales para la salud mental y física de los adultos mayores.
En mi trabajo, he visto cómo la inseguridad ambiental se traduce en inseguridad emocional. Un adulto mayor que depende de un cultivo familiar afectado por sequías, o que vive en una zona con alto riesgo de inundaciones, experimenta no solo pérdidas materiales, sino también pérdida de autonomía, propósito y bienestar psicosocial.
Por ello, un desarrollo resiliente debe integrar:
Salud mental en la acción climática: programas de apoyo psicosocial post-desastre, redes comunitarias de cuidado, inclusión de adultos mayores en la planificación de adaptación local.
Enfoque intergeneracional: los conocimientos tradicionales de los adultos mayores sobre manejo de recursos y adaptación a cambios ambientales son un activo invaluable.
Acceso a servicios básicos resilientes: agua potable, energía estable, transporte accesible y alimentos nutritivos, diseñados considerando las necesidades de envejecimiento.
La interconexión entre sistemas naturales y humanos no es solo ecológica, sino también psicosocial. Un entorno natural sano sostiene una comunidad sana; una comunidad resiliente cuida mejor de su entorno. Desde la psicología, podemos contribuir a fortalecer capacidades adaptativas, promover cohesión social y trabajar en la construcción de significado y esperanza frente a la crisis climática.
En resumen, lograr un desarrollo resiliente requiere políticas integradas que vinculen la acción climática con la salud pública, la protección social y la inclusión de los grupos más vulnerables, como los adultos mayores. Solo así podremos asegurar no solo la supervivencia, sino también la dignidad, la salud integral y el bienestar en un clima cambiante.