En mi opinión, entender cómo se vinculan las acciones de mitigación y adaptación es clave para construir un desarrollo resiliente. Las medidas de mitigación, como la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y la restauración de sumideros de carbono, ayudan a limitar los impactos futuros del cambio climático. Por otro lado, las acciones de adaptación, como la gestión eficiente del agua, la protección de zonas costeras y el fortalecimiento de medios de vida de comunidades vulnerables, nos permiten enfrentar los cambios climáticos ya existentes y prevenir daños mayores.
Cuando conectamos estas acciones con la interconexión entre sistemas naturales y humanos, se potencia el efecto positivo en distintos ámbitos: la salud mejora al reducir la exposición a eventos climáticos extremos; los medios de subsistencia se vuelven más sostenibles; la seguridad alimentaria se garantiza al proteger la producción agrícola; el suministro de agua se mantiene seguro; y la seguridad humana y el crecimiento económico se fortalecen al reducir riesgos y pérdidas económicas.
Creo que, para lograr un verdadero desarrollo resiliente, debemos integrar ambas estrategias y considerar siempre cómo los sistemas naturales y humanos dependen unos de otros. Esto no solo ayuda a enfrentar el cambio climático, sino que genera beneficios tangibles y duraderos para las personas y el planeta.