La conexión entre las estrategias de mitigación y adaptación frente al cambio climático es esencial para alcanzar un desarrollo que resista adversidades. Por un lado, la mitigación, como el cultivo sin deforestación, contribuye a la disminución de gases de efecto invernadero, manteniendo los ecosistemas y la diversidad biológica. Por otro lado, la adaptación facilita que los sistemas humanos y naturales se enfrenten y ajusten a los efectos inevitables del cambio climático, tales como sequías, inundaciones o transformaciones en los patrones de lluvia.
La interrelación entre los sistemas naturales y humanos amplifica estos resultados: ecosistemas saludables regulan el clima, resguardan las fuentes de agua y optimizan la fertilidad del suelo, lo que, a su vez, refuerza la seguridad alimentaria, la disponibilidad de agua potable y la salud comunitaria. A su vez, comunidades que se han adaptado y son resilientes pueden mantener sus medios de vida, estimular el crecimiento económico local y disminuir los riesgos relacionados con desastres climáticos, mejorando así la seguridad humana en un sentido amplio.
El desarrollo que se resiste al cambio climático no se logra atendiendo solo a la mitigación o solamente a la adaptación. Es la combinación de ambas lo que verdaderamente disminuye la vulnerabilidad y fortalece a las comunidades. En otras palabras, mitigar significa reducir emisiones y cuidar los ecosistemas, mientras que adaptar implica mejorar nuestra capacidad para manejar eventos extremos.
Por esto, al unirse, los beneficios son numerosos: mejor salud, acceso al agua, seguridad alimentaria, formas de vida sostenibles y economías locales robustas.
Expresado de otra forma: cuidar la naturaleza es cuidarnos a nosotros mismos.
Para finalizar, la fusión de acciones de mitigación y adaptación no solo enfrenta el cambio climático, sino que también genera efectos positivos interrelacionados en la salud, la economía y el bienestar social, así construyendo sociedades más resilientes y sostenibles.