Aunque en épocas pasadas se han tratado por separado los temas de mitigación y adaptación, hoy en la actualidad se ha dado énfasis en que estos dos sistemas son complementarios, ya que la mitigación reduce la necesidad futura de adaptación, mientras que la adaptación facilita las acciones de mitigación.
Es por eso que para lograr un desarrollo resiliente, no se puede dejar de lado la aplicación de medidas que concatenen estos conceptos, es decir que sin mitigación, la adaptación puede volverse insuficiente o demasiado costosa, ya que es sabido que el cambio climático no afecta solo a ecosistemas o solo a personas, sino al entramado que los une, por lo que entender su interdependencia permite diseñar soluciones, planes, proyectos o actividades más efectivas.
Los sistemas naturales regulan agua, clima, suelos, biodiversidad y cultivos; cuando estas se degradan aumentan los desastres y las vulnerabilidades humanas; pero también las actividades humanas influyen en la capacidad del ambiente para adaptarse, ya que las prácticas agrícolas, urbanas y extractivistas deterioran la capacidad de los ecosistemas para absorber los impactos climáticos, ya que cuando los humanos degradan los ecosistemas, reducen su propia resiliencia.